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el vuelo de la mariposa

La ética y el monumento a Vicente Campo

En las últimas semanas hemos asistido a un debate cívico y democrático sobre la conveniencia y la oportunidad de que el Ayuntamiento de Huesca dedique un monumento a Vicente Campo. Y felicito, en primer lugar, al Diario el Altoaragón por amparar y dar cabida en sus páginas a estos debates tan necesarios en un tiempo en el que sólo parecen importar los negocios del corazón, los grandes hermanos o las operaciones triunfo.

Hace seis años que trabajo en la Escuela de Magisterio, actual Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación de la Universidad de Zaragoza. Doy clase, por lo tanto, en las mismas aulas en las que profesaron Vicente Campo y Ramón Acín, en la misma institución en la que se formaron maestros como Simeón Omella, Paco Ponzán, Telmo Mompradé, María Sánchez Arbós o Evaristo Viñuales. Desde esta condición de oscense por voluntad propia es desde donde escribo.

Vicente Campo fue uno de los primeros maestros españoles que viajó al extranjero becado por la Junta para Ampliación de Estudios que presidía Santiago Ramón y Cajal. Le acompañaba otro ilustrísimo maestro: mi admirado Pedro Arnal Cavero. Esta beca supone que ambos estuvieron en contacto con la tradición pedagógica más moderna y progresista del siglo XX, y la que con más saña fue perseguida y castigada por el régimen del general Franco: la Institución Libre de Enseñanza.

Durante la dictadura de Primo de Rivera, Vicente Campo fue alcalde de la ciudad. También fue el editor de Las corridas de toros en 1970, la satírica obra de su compañero en la Escuela Normal de Maestros Ramón Acín, o de La enseñanza complementaria obrera, una comprometida obra de la inspectora Leonor Serrano, curiosamente trasladada a Huesca por la propia Administración de la dictadura primorriverista como consecuencia de un expediente disciplinario. También fue Vicente Campo el editor de "El Educador", un semanario dirigido por Miguel Sánchez de Castro, el regente de la Escuela Aneja a la Normal de Maestros, que fue amigo personal de Pablo Iglesias y un pedagogo radical. Aunque en este momento no se está pensando en homenajear al Vicente Campo educador, sino al alcalde, quiero con estos detalles poner en evidencia que Vicente Campo conocía sobradamente el patrimonio pedagógico (representado por maestros que eran sus compañeros o alumnos suyos) que la dictadura del general Franco suprimió –físicamente-, desterró de la memoria, condenó al olvido y que con tanta dificultad hemos tratado de recuperar en tiempos de la reciente democracia. Y a pesar de ello, colaboró desde la alcaldía de la ciudad con un régimen totalitario. Y éste no es un detalle menor. Aunque quiero comprender las razones de quienes defienden el monumento a Vicente Campo aduciendo que fue buen alcalde porque no le hizo ningún mal a nadie, no me parece una razón suficiente. Creo que no basta con adoquinar una calle, o con hacer un pantano para merecer un monumento cuando aún tenemos la memoria secuestrada. Un monumento es un gesto desmedido.

Vicente Campo sabía, por ejemplo, que en la Escuela Normal que él dirigió faltaba Ramón Acín. Sabía lo que había pasado con centenares de víctimas. Vicente Campo como otras personas con un nivel mínimo de formación no podía creer la retórica vacía de los vencedores de la guerra civil. He tratado muchas veces de ponerme en el lugar de aquellas personas que vieron sacudidas -y destrozadas- sus vidas por la guerra civil y me he preguntado cómo pudieron seguir adelante. Quizá sea que estamos programados para vivir. Comprendo el miedo y el silencio. Pero no era necesario ser alcalde durante la dictadura de Franco.

Fernando Elboj sabe que la política tiene una evidente dimensión ética. No pedimos que se retire el busto de Vicente Campo del parque, ni que se cambie el nombre de la calle que lleva su nombre. Pero estoy de acuerdo con quienes sostienen que levantar un monumento en homenaje a Vicente Campo es innecesario, desmedido e injusto. Por la ética que siempre encierran los gestos.

Y escribo esta carta el mismo día que se cumplen sesenta y ocho años desde que la tierra de Huesca se tiñó con la sangre de noventa y ocho oscenses -entre ellos se encontraba Conchita Monrás, la esposa de Ramón Acín- que fueron asesinados en las tapias del cementerio de nuestra ciudad.

Huesca, 23 de agosto de 2004

Vivir otras vidas

Vivir otras vidas

Como una gozosa obligación, Blanca acude todos los lunes a la Biblioteca de Aragón que dirige Ramón Sabaté y que, por primera vez, este año no reduce su horario de atención al público durante el verano, como si en verano no se pudiera leer y los libros hubieran de estar secuestrados. Allí, en la biblioteca, se encuentra con Jeany, una compañera de la escuela.
Cada semana Blanca trae a casa dos libros -y a veces una película-. Blanca está siguiendo el mismo camino que recorrimos muchos de nosotros cuando teníamos su edad: autores como Verne o Twain, personajes como Miguel Strogoff, Phileas Fogg, Tom Sawyer o Huckleberry Finn. Antes ya había devorado todas las aventuras de Manolito Gafotas, el pequeño Nicolás y Celia. También ha leído, acompañada por su madre, los libros de Harry Potter que se han publicado en castellano. Estos días vive fascinada por la historia de Miguel Strogoff y se pregunta por qué las novelas siempre acaban bien, por qué pasan tantas cosas, por qué todo es tan emocionante, por qué todo se resuelve de un modo casual y casi siempre inesperado. Su mundo se está haciendo más grande. Está aprendiendo a vivir, mientras lee, otras vidas.

Un buen día

Un buen día

Aquella mañana me desperté como si tuviera algo que hacer. Pero hace muchos días que no tengo ninguna obligación que atender. La verdad es que no sé si volveré a hacer alguna vez algo. Salí a la terraza y todo estaba allí. Como un regalo inmeso para quien quisiera mirar. Y todos dormían. Todos menos yo. Me gusta estar despierto mientras todos duermen. Yo estuve allí cuando el sol quería asomarse al día y la luna aún se entretuvo en el cielo. Entonces supe que aquel sería un buen día. Y así fue. Por la noche asamos sardinas y, a última hora, vinieron Carmen y Antón, y nos contamos historias. Luis preparó una queimada, y cada uno de nosotros formuló en secreto un deseo. Nos acordamos de los que no estaban con nosotros. Y todo estuvo bien.

Yo estuve allí... el resto no importa

Volver

No sé bien por qué, pero tengo ganas de volver. No tengo una razón concreta, ni una tarea urgente que hacer, pero sé que tengo que atender muchas cosas. quizá el sentido de estos días sea ese: volver.

Un gran decorado

Las vacaciones son el tiempo del simulacro porque todo es mentira. Nos relajamos, pasamos calor, nos destrozamos en las carreteras, nos bañamos cerca de otros cuerpos que no son nada para nosotros, aunque durante unos días durmamos bajo el mismo techo y comamos en el mismo comedor. Es como si todo fuera un gigantesco decorado: la abundancia, las sonrisas pagadas, los pantalones cortos, las chanclas... Todo es falso. Salvo la ilusión de los niños. Y el cielo, claro

El cielo que miraba Paco Ponzán

Para una persona tan de Zaragoza como yo, tan de la Zaragoza de Pepe Melero y tan de Huesca, de la Huesca de Ramón Acín, María Sánchez Arbós, Paco Ponzán, Telmo Mompradé o Simeón Omella, esta maravillosa isla es un lugar ciertamente extraño, por la tierra, por las piedras volcánicas y esponjosas, por los árboles gigantes, por las enormes hojas de las plantas. Tenerife ofrece varios climas y varios paisajes. Desde el desierto hasta la frondosidad del trópico. Sólo el cielo, el cielo que miraba Paco Ponzán, es el mismo cielo que miro cada día como buscando un lazo que una nuestras vidas.

Ayer compartí el día con José Manuel Ontañón, el hijo de María Sánchez Arbós, que me acerca con sus recuerdos a la tradición pedagógica, cultural y, simplemente, ética, que más admiro: Giner de los Ríos, Manuel Bartolomé Cossío, Azcárate, Ramón Acín, las gentes de la Residencia de Estudiantes,etc.

Víctor Pardo tuvo la generosidad de acordarse de mí el otro día, justo antes de que yo saliera de viaje, y me envió una carta que había preparado para que se publicara en el Diario del Altoaragón. Si pueden leánla porque hay cosas muy bien dichas, como en todos los escritos de Víctor. En resumen les contaré que el ayuntamiento de Huesca quiere levantar una estatua en memoria de Vicente Campo, que fue profesor de la escuela de magisterio, y alcalde de la capital oscense durante las dos dictaduras que ha conocido el siglo XX. Es cierto que fue un pedagogo avanzado, que salió al extrajero becado por la Junta para Ampliación de Estudios -precisamente en el mismo viaje que hizo mi querido Pedro Arnal Cavero-, pero la ciudad de Huesca ya le ha dedicado a Campo Palacio una calle y su busto puede contemplarse en el cuidado parque de la ciudad. Una estatua parece un tanto excesivo cuando hay otras personas, como Manuel Sender, alcalde republicano asesinado durante la guera civil o el propio Ramón Acín que no han tenido este reconocimiento de su ciudad. Pues eso: lean la carta que espero que se haya publicado en la prensa de hoy.

Al final me compraré un teléfono multimedia, si mi amigo Javier Torres me enseña a utilizarlo, si acepta acompañarme mientras aprendo a manejarlo. O quizá me lo compre sólo por eso: para estar algunos ratos con él.

Cuídense. Procuraré atender el blog y el correo. Disculpen las erratas, pero la conexión en un ciber es como una contrarreloj. Esta cuenta atrás me pone nervioso, y aún no he visitado la página de Mariano Gistaín. Me voy allí corriendo, siempre corriendo. Un sin vivir.

Detalles

Al final, nos pierden los detalles. Nos falta la última sonrisa, el penúltimo gesto amable, saber despedir generosamente a quien ha hecho un trabajo admirable durante años. Y esas pequeñas cosas que parece que no tienen importancia, terminan resumiendo lo que somos. Por ejemplo, leo en Heraldo de Aragón que la página web del Real Zaragoza es la peor de la Primera División, sólo por delante de la del Villarreal, según datos de una encuesta realizada por la Fundación Auna. No seremos un equipo grande si no cuidamos nuestra apariencia digital.

Son detalles. Como lo del campus. No quisiera que el estanque del campus -verde, pestilente, convertido en ecosistema de mosquitos mutantes- fuera una metáfora de la universidad. Hay que limpiar el estanque, barrer y cambiar los bancos de madera que hace treinta años que les da el sol y el viento de esta tierra, y resembrar el césped o plantar otra cosa que aguante la socarrina de los veranos de esta España húmeda, y hay que impedir la entrada indiscriminada y masiva de los coches en el campus. Bicicletas I+D para todos.

Y estos detalles, pequeños, detalles total-qué-más-da, o detalles sólo-por-eso, que dicen algunos, muestran la auténtica medida de las cosas. Es como encontrar en el restaurante el expendedor de jabón vacío, o que no haya un sistema razonable para secarse las manos: por muchos tenedores que anuncie, esta circunstancia pondrá en cuestión la calidad del establecimiento.

Puedes ser una persona estupenda en los grandes gestos, un candidato al Nobel, hijo predilecto de tu pueblo, doctor honoris causa por varias universidades, pero todo esto no cuenta para nada si dejas la colilla del cigarrillo tirada en el suelo, o no metes en la nevera más cervezas si te has bebido la última, o en tu casa no colocas un rollo de papel higiénico cuando por distintas circunstancias has agotado el que había, o eres de los que mete los folletos de propaganda que has encontrado en tu buzón en el buzón de tu vecino favorito, o dejas el azucarero vacío, o dejas la fotocopiadora de la sala de profes sin "acuatros" y no se lo dices a nadie, o subrayas los libros de la biblioteca -algunos arrancan las páginas que les interesan- o eres de los que miran a otro sitio y no dejan que se incorpore la gente cuando se queda sin carril por las obras, o te meas en la piscina poniendo cara de bueno...

Detalles. Al final, nos pierden detalles.

Ridículus

Alguna vez ya he escrito que el mundo de Harry Potter me parece delirante, un mundo poblado por seres inquietantes, como los dementores que te roban los pensamientos alegres, la ilusión y el recuerdo de las cosas amables, se apoderan de tu alegría y te dejan inerte, con al mirada vacía y el corazón sin recuerdos. Y sí: hay dementores cerca de nosotros.

El domingo pasado estuve en el cine viendo con mis hijos "El prisionero de Azcabán". En esta película Harry se enfrentaba en varias ocasiones a un boggart, un extraño ser que toma la forma de nuestros terrores más íntimos. Es nuestro propio miedo lo que le da vida y por eso es diferente según quien mira esta criatura. Pues bien: sólo se puede dominar a un boggart con el hechizo "ridículus", que consiste, esencialmente, en reirnos de nosotros mismos, en llevar el miedo al absurdo. Ridículos es una fórmula contra las cosas que nos autoagobian. Deberíamos ser capaces de gritarnos "ridículus" con más frecuencia. De esta forma pondríamos las cosas en el lugar que realmente deben ocupar.

Pensado en ella

Esta mañana, en ese momento en el que pensar es simplemente un milagro, me he descubierto pensando en ella, en cómo ha pasado el tiempo, en el sentido de las cosas, en lo que nos une, en sus abrazos, en sus besos, en sus canciones, en la risa, en las palabras -porque ella me dio sobre todo la palabra-, en cómo me consolaban sus manos, en el amor infinito multiplicado por cuatro, en las preocupaciones -grandes y pequeñas-, en cómo le duele mi dolor, en su forma de señalarme lo bueno y lo malo.

Yo sé por qué, esta mañana, pensaba en ella, cuando pensar parece simplemente un milago.

Que me des buen marido

San Antonio es uno de los santos de mi infancia.

Será porque tenía un mensajero que se recibía en casa de mis abuelas, El Mensajero de San Antonio, del que yo leía los chistes, los pasatiempos y la larga relación de personas que hacían donativos porque habían obtenido algún favor o alguna gracia especial por mediación de este santo de mirada extraviada y, como dice la zarzuela, verbenero ("llévame a la verbena de san Antonio", etc.)

Además, San Antonio era un santo con quien se podía contar para las cosas importantes. Por ejemplo, ayudaba a encontrar cosas perdidas. Cuando alguien anunciaba compungido:

-- He perdido las llaves de casa

Lo primero que le preguntaban era:

-- ¿le has rezado a san Antonio?

Aunque, sin duda, lo que más me impresionada era su faceta de componedor y agente matrimonial: encontraba novios, afianzaba relaciones, procuraba buenos partidos. Los Titiriteros de Binéfar cantan una canción que expresa fielmente esta dedicación de San Antonio:

"San Antonio bendito por dios te pido
que me des mucha suerte y un buen marido,
que no fume tabaco, ni beba vino,
que no vaya con otras sino conmigo".

Ya sé que esto que les cuento parece la prehistoria. Nada que ver con las historias que hoy alimentan la infancia de los niños. Como siempre, todo es mejor y peor al mismo tiempo.
Pero esto que les digo, créanme, fue ayer porque quien escribe es un chico joven que pronto cumplirá cuarenta años.

Todo en ti fue naufragio

A veces hay que recurrir a la poesía para explicar, aunque sea con las palabras de otros, como nos sentimos. Mario Jiménez, el pescador de El cartero de Neruda, la novela de Antonio Skármenta, dejó definitivamente el mar por la emoción de entregar diariamente la correspondencia a Pablo Neruda en Isla Negra. Mario quería ser poeta. Y, en un momento de decisión extrema, así se lo hizo saber a don Pablo quien, sorprendido, le preguntó las razones de semejante aspiración:
"- Es que si fuera poeta podría decir lo que quiero.
-¿Y qué es lo que quieres decir?
- Bueno, ése es justamente el problema. Que como no soy poeta, no puedo decirlo".

En El cartero de Neruda también se dice bien claro que la poesía es de quien la necesita.

Bueno. Hoy quería traer aquí un rotundo verso de Pablo Neruda: Todo en ti fue naufragio. Hay días en los que parece que todo haya sido un naufragio. Sin embargo... de todo se aprende. Y mañana hay que volver a arriesgarse, hay que aventurarse porque todo está junto, todo es complejo y el llanto de hoy es por la risa de mañana.

En este valle de lágrimas

Hace tiempo que dejé de llorar todos los días un poco. No eran grandes llantos, pero los lloros me servían, supongo, para manifestar mi desacuerdo, para llamar la atención o para dar salida a sentimientos inconfesables. No sé. Habrá, seguro, teorías que explicarán por qué, cuando niños, lloramos. En mi infancia se lloraba "a moco tendido", se lloraba "con lágrimas de cocodrilo", y casi siempre daba igual como llorases porque todos teníamos "el melico atao". Ahora ya sólo lloro cuando puedo.

Cuando era niño no entendía algunas cosas. De otras me hacía una idea precisa, pero no sé qué era peor. En la escuela teníamos que recitar aquello de "ea, pues, abogada nuestra", y me hacía gracia que todos tuviéramos que decir cosas que no decíamos nunca en la vida real. Pero lo que escapaba a mi entendimiento era lo del "valle de lágrimas". Me parece que tenemos un pensamiento icónico, y yo no lograba localizar, de ninguna manera, los exteriores de esta historia: "el valle de lágrimas". Veía a la gente reír, hablar, cantar, ir y venir, tomar café, regar las macetas, dormir la siesta, tomar la fresca por la noches, darse la mano, estrenar zapatos, comer helados, jugar en las calles, bailar en la plaza, mudarse los domingos, repartir las verduras del huerto con los vecinos, beber vino con gaseosa en el porrón, y, sobre todo, conseguí que mi padre me dejara quedarme a ver las películas de Tarzán los miércoles por la tarde, en vez de ir a hacer aquel master de párvulo avanzado que cursé durante tres o cuatro años. Me quedaba tan lejos lo del valle de lágrimas...

Hoy digo a veces lo de las lágrimas para disimular, para no despertar las sospechas de quienes se inquietan cuando todo está bien, cuando algo no va mal.

A mí me gusta vivir -seguro que es una declaración estúpida-, pero me sorprendo a veces pensado que todo está bien: me gusta dar clase, pensar, leer, escribir, me gusta recordar, hablar, trasnochar, verlos crecer, mirar el cielo que miraba Paco Ponzán y mirar -en general-, me gusta saltarme alguna norma cada día, hacer lo que me da la gana, decir sí y no, me gusta enredar y perder el tiempo... Otro día escribiré sobre estos secretos.

Libros en Huesca

No hay mejor escenario que el parque de Huesca, junto a las pajaritas que soñó Ramón Acín, para celebrar la feria del libro. Protegidos por la sombra de frondosos árboles y por el círculo mágico que forman las palabras contenidas en los libros, un centenar de niños participaba en un bingo literario, mientras los mayores paseaban demoradamente por las casetas de las diferentes librerías. Algunos de los visitantes de la feria del libro se conducen con la determinación de quienes saben qué quieren y qué buscan, otros acarician los libros y saben que alguno de ellos terminará seduciéndoles, otros parecen estar buscando un tesoro, un libro raro o sorprendente que le está esperando en cualquier estante...

Antes de ir a la feria, celebramos una fiesta con Rosa Tabernero, José Luis Jiménez, Polo Salcego y Virginia.

Por la feria del libro pasó un momento Víctor Pardo, que siempre está en tránsito, cargado de proyectos, llevando, como siempre, libros en las manos, trabajando de sol a sol y a destajo para reconstruir vidas rotas, pequeños detalles de la historia que son los que nos hacen realmente grandes. Estuve con Irene Abad Buil una historiadora que investiga cómo las mujeres participaron de mil maneras en una sociedad que les negaba un sitio. Conocí en carne mortal a Severino Pallaruelo que ha aprendido a mirar los ríos, las piedras, la montaña, los barrancos y carrascales, el cielo y las gentes que pueblan el universo. Mirar sin más para descubrir el tiempo lento de la vida. Enrique Satué volvió a regalarnos, con la humildad de la gente de la montaña, los secretos que atesora gracias a su paciencia de etnógrafo.

Y me sonrieron Cielo, Alberto y Sofía.

Lo pasé bien y mal, como siempre. Y hablamos de Palmira Pla, de Ildefonso Beltrán, de los hermanos Carrasquer, de Ramón Acín, de Paco Ponzán y de Evaristo Viñuales, de Simeón Omella, de María Sánchez Arbós...

Y ahora estoy otra vez solo, herido por la ausencia y el vacío que sólo llenan las palabras.

Programa doble

El jueves pasado les robé unas horas a las mil rutinas que me atrapan, y acudí a dos celebraciones. Javier Torres no estaba seguro de poder estar, pero la tarde le fue favorable y coincidimos en las puertas del centro Arsenio Jimeno. Javier parece un corredor de fondo, o un fino escalador -posiblemente sea las dos cosas-, pero al verlo por primera vez, antes que cualquier otra cosa usted pensará, como pensó José Antonio Labordeta, "este tío tiene que ser de Zaragoza". Estuvimos un rato en la presentación de Momentos de una vida, las memorias de la maestra turolense Palmira Pla. Fue un momento muy emocionante que quise compartir con Herminio Lafoz, con Enrique Satué, con Rafael Jiménez, con David Corellano, con Gabriel Fustero, con Tomás Funes o con Teresa Anadón. Agradezco mucho el trabajo de las personas que han hecho posible la edición de las memorias de Palmira Pla porque hemos recuperado un patrimonio esencial. Pero lo más importante es que ahora somos un poco más dignos.

Antes de lo que hubiéramos querido, nos fuimos corriendo a la presentación de Qriterio aragonés, el penúltimo sueño de soñadores como Eloy Fernández Clemente, Gonzalo Borrás o Lorenzo Lascorz, que están empeñados en mirar Aragón con otros ojos. Nos reunimos en los restos del teatro que los romanos hicieron en Zaragoza para divertirse, para olvidar sus preocupaciones y para vivir otras vidas. Estuve en un lateral de la sala con José Miguel Martínez Urtasun y José Luis Cano, que nos contó miles de genialidades que le han ocurrido -o se le ocurren- en los últimos años. Siempre me parece imposible que a alguien le pasen tantas cosas, y además, como dice Paco Boisset, que le pasen todo el rato. Había en el teatro romano gente imprescindible como Marisa Santiago, Pepe Melero, Vicente Martínez Tejero, Azucena Lozano, María José Menal y Ángel Vergara, Alberto Cirac, Tinaja, el joven dibujante de Caspe, Rodolfo Notivol, Emilio Gastón. .

Qriterio, aparecerá cada viernes. Quiero pedirles que le den una oportunidad a este semanario, que lo lean, que lo cuenten a sus amigos y a sus compañeros, que lo lleven bajo el brazo cuando paseen por el parque, que lo lean en el autobús (y en el metro, cuando tengamos metro en Zaragoza), que lo lleven a clase para que lo conozcan los alumnos, que se lo presten a sus vecinas... Por muchas razones, pero, sobre todo porque Qriterio es un hermoso empeño colectivo que pretende prestar atención a las cosas de esta tierra tan necesitada de miradas amables. Y ya saben que la revista de Operación Triunfo o de Ana Rosa Quintana venden centenares de miles de ejemplares cada semana. Pero nuestro Qriterio, es otra cosa.

Sin ruido

Hay personas que viven discretamente, sin llamar la atención, sin dar apenas importancia a las cosas que hacen, al milagro de la honestidad de su trabajo. Y, sin embargo, sus vidas dan sentido a otras vidas.
Algunas mañanas veo como Cecilio cuida amorosamente la tierra mientras va y viene con el tractor. Cecilio cuenta su vida en adores. Aquí llamamos ador al riego, a la venida del agua que convierte la tierra en una madre generosa. Personas que viven alejadas del ruido, que no hacen ruido por donde pasan. Y hay maestras que cuentan su vida por cursos, y un día tras de otro, un curso tras otro han ayudado a centenares de niños a entender un poco mejor el mundo. Y lo han hecho sin ruido, discretamente, con la humildad que preside las cosas que son realmente importantes.

El tiempo

Casi todas las tardes, me entretenía en la Moncloa, aquel mentidero que servía de reunión a los hombres en días de poca faena en el campo. Yo era el maestro de Langa del Castillo. Y me gustaba serlo. Tenía veinticuatro años, y me sorprendía que "el tiempo pasara tan suave" y que Vicente no supiera ser más preciso al poner fecha a los acontecimientos: "hace 10 años o 20...". He aprendido que algunas cosas sólo tienen sentido con el tiempo: los empeños,la amistad, los compromisos...

Ahora ya no tengo veinticuatro años, y vivo el tiempo de otra manera. El tiempo se me ha hecho largo. Me importa, sobre todo, la memoria de las cosas y sé que, como escribió Benedetti, todo es posible mientras el tiempo diga todavía.

Titiriteros de Binéfar

Ayer le contaba a Javier Torres que durante el curso, los martes y los miércoles tengo una clase por la tarde, y como en Huesca. Me cuesta tanto conducir después de comer que prefiero no tener que desplazarme. Normalmente como solo, pero ayer inesperadamente, sin venir a cuento, comí con Rosa Tabernero -una profesora de la Facultad con quien comparto algunos proyectos- con Paco Paricio y Pilar Amorós -de Titiriteros de Binéfar-. Fue una comida increíblemente agradable y, sobre todo, muy corta. Enseguida se sentaron en nuestra mesa el bandido cucaracha, el Lobo y la Tarara, la vieja remolona, los almogávares, dragoncio, la raposa y otros entrañables personajes. Paco y Pilar nos contaron sus proyectos con la pasión que ponen en las cosas los principiantes porque eso es lo que ellos son: dos jóvenes promesas de la vida, a pesar de los casi treinta años de títeres, canciones, escenarios, viajes por todo el mundo y libros.

También compartieron nuestra velada personas que aparecieron en nuestra conversación como Ángel Vergara y María José Menal, Mariano Gistaín, Antón Castro, el Kiri, José Luis Cano... gente.

Normalmente como solo -también lloro solo-, pero ayer, sin venir a cuento me ocurrió lo que sólo pasa a veces, muy pocas veces.

Víctor

El efecto mariposa

Cada nuevo curso les digo a los alumnos que necesitamos compartir palabras y conceptos. Y suelo empezar con este efecto mariposa. Jackson lo explicó así

"Los profesores experimentados (...) llegan a considerar la sorpresa y la incertidumbre como rasgos naturales de su entorno. Saben, o llegan a saber, que el transcurso del proceso educativo se parece más al vuelo de una mariposa que a la trayectoria de una bala".

Y en educación- y en la vida- todo es más parecido al vuelo incierto, imprevisible y frágil de la mariposa que a la trayectoria de una bala. Por eso he elegido este nombre para el weblog.

Aún tengo que aprender a navegar en este cuaderno. Espero que nos ayuda a entendernos con palabras