prueba
Hoy Miguel Pardeza leerá el pregón que inaugurará oficialmente la feria del libro antiguo de Zaragoza. El año pasado fue Pepe Melero el encargado de hablar de libros
Hoy Miguel Pardeza leerá el pregón que inaugurará oficialmente la feria del libro antiguo de Zaragoza. El año pasado fue Pepe Melero el encargado de hablar de libros
Miguel Mena, un zaragozano que nació en Madrid, es una voz en la radio y una mirada lúcida y tierna sobre las cosas. Ayer presentó su libro 1863 pasos (Xordica) "un caleidoscopio lleno de vida y de color. Un libro de viajes y de ficciones", como puede leerse en el texto de la contraportada. 1863 son los pasos que median entre la casa de Miguel y la radio, 1863 pasos que Miguel convierte en un pretexto para descubrir personas, rincones, fragmentos de una geografía personal que cada día es distinta.
Pepe Cerdá fue, con esa generosidad que tienen las personas que derrochan talento, el maestro de ceremonias de este bautismo laico que siempre es la presentación de un libro. Hubo vino de Borja, jamón de Teruel y, sobre todo, un cortador profesional, un cortador de cámara que multiplicó los platillos de jamón como si fueran peces y panes.
Le comenté a Adolfo Ayuso que La goma de borrar un cuento que nos leyó hace dos o tres años en Belchite me gustó muchísimo. Recuerdo que aquel día Félix Teira nos abrió su bodega y nos invitó a olivas negras y vino de casa.
Cada vez que sople ese viento que a mí tanto me inquieta, ese viento que me roba las ideas y, sobre todo, el buen humor me acordaré de Miguel porque él ha aprendido a vivir con el cierzo. Miguel ha aprendido a vivir lejos del mar.
Todos tenemos derecho a un sueño que dé sentido, aunque sólo sea por un instante, al tiempo que dedicamos a cosas que, frecuentemente y a los ojos de los demás, parecen no tenerlo. Pepe Melero busca la primera de Saputo, Fernando Sanmartín la belleza fugaz que se esconde en un salto de esquí o en una carrera de caballos. Rodolfo Notivol tiene su corazón rojinegro envenenado por una de las historias más hermosas que me han contado en los últimos años y pretende las señas de una sombrerería que quizá sufrió un incendio durante los últimos años del siglo XIX. Raúl Usón sueña con los libros que aún nadie ha escrito y con encontrar el origen de Petarruego. Yo sueño con hacer, como Jaume Plensa, el amigo de Pepe Cerdá, sólo las cosas que he soñado..
Antón Castro nos dijo ayer en la presentación de El sembrador de prodigios que no sabe quién es, ni adónde quiere ir, que sólo tiene unas pocas certezas -los amigos que Zaragoza le ha regalado, su familia, y la palabra-.
Hace cuatro años Daniel Gascón presentaba en la misma sala de la Biblioteca de Aragón La edad del pavo. Recuerdo que llovía y yo era una de las pocas personas de Zaragoza que llevaba paraguas (seguro que era también uno de los pocos días de mi vida que he llevado un paraguas en el momento preciso). Después de la presentación me fui paseando con Antón -un gallego que huye de las reuniones, de las muchedumbres y de los agasajos- hacia Heraldo de Aragón. Entonces me confesó algo que no debe saberse de ninguna manera: estaba muy orgulloso de su hijo Daniel Gascón y que aquel chaval de veinte años ya escribía mejor que él.
Como cada vez que coincido con Javier Torres, José Luis Cano, Ismael Grasa, Mari Burges o Ángel Artal hablamos de libros, de los amigos que no han podido acompañarnos y de historias increíbles que asaltan diariamente nuestras vidas. Dejamos mil asuntos pendientes. Pero esta vez sólo será hasta mañana, miércoles 13 de abril, vísperas del aniversario de la República. Volveremos a encontrarnos en el Palacio de Montemuzo, en la presentación de 1863, el último libro de Miguel Mena
d
Llueve las lágrimas de los recuerdos
No me sirve de nada. Es una de esas batallas perdidas, de esos gestos inútiles y gratuitos que no van a ninguna parte. Sé que haga lo que haga no servirá de nada, pero estoy en contra del cambio de hora. Nos roban una hora de esta primavera, sesenta minutos en los que podíamos haber sido genios, poetas, amantes excepcionales o buenas personas. No devolverán esta hora en otoño, cuando ya no la necesitemos para nada, cuando sea demasiado tarde, cuando ella se haya ido.
Estas últimas semanas el frío y la cierzera van cediendo tímidamente, resistiéndose, el espacio que hasta ahora han ocupado a los días luminosos propios de las vísperas de la primavera. Ahí fuera, y aquí adentro, todo espera la fuerza de la vida.
Cada día vigilo la noguera. En cuanto tenga hojas suficientes para protegernos del sol mientras comemos, saldré a pescar unas sepias y prepararé una paella para Pepe Melero y su familia.
Ayer se presentó Calanda. El silencio de los tambores, un libro monumento de esos que hace Pedro Rújula. Yo ya había leído Calanda y Paco Ibáñez. Como hoy es un día muy especial para mí, le he pedido a Pepe que me permita regalarles esta lectura cargada de erudición, de amor por un país y por sus gentes. Un texto breve que Pepe Melero escribió rodeado de los treinta mil libros que dan calor a su casa una de las primeras tardes del último otoño. Un texto breve que, en realidad, Pepe Melero ha escrito, palabra a palabra, durante los últimos treinta años.
Corremos el riesgo de acostumbrarnos a lo extraordinario. La repetición de los prodigios nos instala en una especie de normalidad rutinaria y parece que no valoramos cuanto tenemos hasta que lo perdemos. Pienso en regalos como sus besos, que salga agua por el grifo, que la impresora imprima, su cuerpo desnudo, que el servidor de correo reconozca nuestra contraseña, el abrazo de su perfume enredado en mi ropa, el calor del fuego, la música, el olor a café recién hecho por la mañana, la ternura de su mirada o que de mil maneras se anuncie, otra vez, la primavera.
Mario Jiménez, el pescador de El cartero de Neruda, la novela de Antonio Skármenta, dejó definitivamente el mar por la emoción de entregar diariamente la correspondencia a Pablo Neruda en Isla Negra. Mario quería ser poeta. Y, en un momento de decisión extrema, así se lo hizo saber a don Pablo quien, sorprendido, le preguntó las razones de semejante aspiración:
"- Es que si fuera poeta podría decir lo que quiero.
-¿Y qué es lo que quieres decir?
- Bueno, ése es justamente el problema. Que como no soy poeta, no puedo decirlo".
Pensar, decir, hacer, sentir, existir,... con palabras o sin ellas
Hay cosas que no podré hacer. He perdido la inocencia de los lugares, de las luces y, sobre todo, de las palabras. Por eso, aunque no he querido deshacerme de ellas, no he vuelto a leer sus cartas.
- Me gustaría hablar contigo me dijo-. Por todo lo que hemos hablado, por lo que nunca nos dijimos.
Cometí el error de aceptar aquel encuentro. En los últimos años me he especializado en equivocaciones. Cada vez que hay una mínima posibilidad, yo me equivoco siempre.
Cuando ella apareció, por fin, en el café que había sido escenario de nuestras conversaciones, de nuestros descubrimientos y de nuestro querer estar, yo había tomado tres cervezas que me supieron especialmente amargas y que se me hicieron muy largas. Llegó, como siempre, tarde. Estos retrasos formaban parte de su vida, de su manera de entender el mundo. Ella no les daba ninguna importancia. Yo no aprendí a esperarla como tampoco supe quererla. Intentamos sonreír. Acercó sus labios y apenas me rozó cuando dejó en mi cara un beso. Pero su perfume invadió inmediatamente mi cerebro. La serenidad que había intentado reunir mientras esperaba se disipó sin remedio y me sentí doblemente vulnerable. Hubiera hecho lo que me hubiera pedido.
Ella me miraba desde el fondo de todos sus naufragios. Intentamos decir algo después de ¿qué tal estás? Y no se nos ocurrió nada
.
Zaragoza, cinco de marzo de 2005
8:45. Desde antes de salir de la cama, desde antes de despertarme he sabido que hoy toca nada. Nada que pensar, nada que decir, nada que hacer, nada que esperar... Y me parece bien. Me ha parecido que no soplaba ese viento que me trae el rumor de las voces de los antiguos dioses: "...no escribas, hijo mío...". He visto, como cada día, los titulares de la prensa y he leído la columna de Mariano Gistaín. Mientras tomaba los dos primeros cafés del día he visitado las casas de los amigos y he borrado una docena de correos basura.
Voy a comprar la prensa. A ver si aún quedan ejemplares de "El gran dictador", el dvd que puede comparse hoy con El País.
10 h. El círculo de la rosa. Le envío un mensaje al artesano francés que está construyendo para nosotros le cylindre mère. Pronto Pepe Melero y yo podremos dar noticias de esta aventura quimérica y hermosísima que ha unido a una docena de raros, de amantes de lo inútil, de gentes preocupadas por muchas cosas, pero también por los detalles aparentemente intrascendentes. Ojalá fuera en abril, ese mes en el que cualquier cosa parece posible.
Me pregunto si puedo enlazar S'ha feito de nuey, si sonaría también en este diario marino la música de las montañas aragonesas, las notas de esta jota escrita por José Lera Alsina (1980) Editado por Grupo Val d'Echo en el álbum "Subordán" (1981), e interpretada en esta ocasión por la Escuela Municipal de Folklore y Música de Huesca.
A veces se hace de noche repentinamente, en cualquier parte, a cualquier hora. Se hace de noche cuando estoy solo o aunque me acompañe mucha gente. Se hace de noche como me ahogo en un apagón, en un desconsuelo o en una noche sin luna.
17 h. Me estoy quitando de muchas cosas. Dejé el tabaco y el alcohol. Ahora me estoy quitando de la siesta y de los sueños. Pero no sé si podré dejar sus besos.
19 h. Canción marinera. De León Felipe.
Todos somos marineros,
marineros que saben bien navegar.
Todos somos capitanes,
capitanes de la mar.
Todos somos capitanes
y la diferencia está
sólo en el barco en que vamos
sobre las aguas del mar.
Marinero, marinero;
marinero... capitán
que llevas un barco humilde
sobre las aguas del mar...
marinero...
capitán...
no te asuste
naufragar
que el tesoro que buscamos,
capitán,
no está en el seno del puerto
sino en el fondo del mar
22:16 h. He pasado la tarde revisando prensa de los días siguientes al golpe de Estado del 23 de febrero. Qué desdichado país... Hace poco tiempo, pero parece que aquel espectáculo tan bochornoso no podría volver a repetirse. He visto un par de vídeos: Suárez, Carrillo, Gutiérrez Mellado, Fraga, Blas Piñar... Cuánto miedo y cuánta vergüenza...
El Barcelona le ha sacado dos punticos más al Madrid. A ver si mañana gana el Zaragoza.
Estoy releyendo "La ternura del dragón" de Ignacio Martínez de Pisón y ahora voy a ponerme una película: "Mogambo", con Ava Gardner, la impresionante mujer que se dejó fotografiar en la plaza de toros de Zaragoza sólo para que Pepe Melero pudiera admirarla cuando, extrañamente, él no lee.
(continuará)
Un día más, una semana más, un mes más. Nunca hasta ahora el paso del tiempo había tenido para ella un significado tan evidente. A veces pensaba en cómo se le amontonaban los días y los meses, en cómo pasaba el tiempo sin ningún aliciente, sin ningún sentido, sin que los días le dejaran nada para recordar. Ahora se sentía otra cada semana. En realidad era otra. No sabía si tenía que estar contenta. Era feliz, claro, pero también se sentía torpe y pesada y estaba demasiado ocupada con las nauseas, los olores, el sueño, la anemia...
Antonio la llamaba varias veces al día:
-- ¿Aún estáis las dos juntas?
Las dos juntas. Estar llena de vida, sentir cómo la vida crecía dentro de ella, cómo la vida le robaba su espacio interior, apuraba cada resquicio, cada pequeño rincón de su cuerpo... Su piel se estiraba hasta parecer transparente. Creía imposible que pudiera dar más de sí, ir un poco más allá, un poco más. Quería a aquella niña antes de que naciera. Se llamaría Julia. También hablaba con ella. Le estaba preparando un espacio en su casa y en su existencia. Hoy pintaba el techo de su habitación. Le emocionaba pensar que Julia distinguiría los brochazos y las imperfecciones, pero que valoraría el trabajo, el mimo que habían puesto sus inexpertas manos, las mismas manos que a veces escribían, acariciaban, hacían la comida, sentían frío y ahora pintaban el techo de la habitación de su hija... Cuando terminó decidió pondría en aquel techo estrellas, estrellas que le robaran la luz al día. Estrellas para Julia.
Leo en El Periódico de Aragón en su edición digital un texto inquietante -supongo que es el resumen de un reportaje más amplio- titulado "El armario de Letizia Ortiz, para todas". Me ha resultado hiriente. Este tipo de comentarios en la prensa contribuye a infantilizar a una nación, a mantener en perpetua minoría de edad a un pueblo que aspira a ser libre. Creo que esta visión de la historia y de la realidad atenta contra la dignidad y la inteligencia de los hombres. También contra la dignidad y la inteligencia de las mujeres
La otra noche Cuchi nos contaba que el Guerra, el legendario torero, le dijo a Romanones, el legendario político, cuando éste le comunicó que Alfonso XIII quería que fuera a Madrid y que torease para él: "Yo no tengo señorito. Dile al rey que no torearé para él porque estoy retirado. Que hubiera nacido antes".
El armario de Letizia Ortíz para todas. Necesitamos unos medios de comunicación que construyan otro tipo de realidad. Necesitamos otros titulares para entender nuestras vidas: "La biblioteca de Pepe Melero, para todas", "El compromiso ético del profesor Emilio Lledó, para todas", "La inteligencia de Yolanda Polo, para todos", "La solidaridad de Carmen Magallón, para todas", "El rigor de María Moliner, para todas", "Aristóteles, para todos"... Qué sé yo...
Hace unos años, cuando Rosa de España iba a representarnos en el festival de Eurovisión y los cantantes de Operación Triunfo visitaron Zaragoza y se asomaron a la ciudad desde el balcón consistorial en compañía del alcalde Atarés(cachirullos & viva la virgen del pilar, etc.), un periódico tituló "La generación de Chenoa y Bisbal se enfrenta hoy a la selectividad". Qué estupidez. ¿Chenoa y Bisbal? ¿Cómo van a dar estos dos personajes inventados por el marketing el nombre a nada?
Quieren hacer de Letizia Ortiz un modelo de elegancia, de inteligencia y de modernidad. Ya es una mujer deportista, lectora, políglota... En realidad es un personaje de ficción, inventado y sin existencia real. Como su propio marido. Como Bisbal, aunque se enfanden los amantes de Bulería, bulería...
Mientras escribo la nieve se deshace en los tejados de Huesca. Pronto no quedará más que un recuerdo blanquecino en las umbrías. De todos los edificios de la redolada, sólo el hotel Pedro I está más alto que mi despacho de la Escuela de Magisterio. Suelo decir que tengo el despacho en el palomar. Por eso desde aquí veo los pinos del parque donde Ramón Acín colocó sus pajaricas, del parque que atravieso diariamente para venir a dar clase, del mismo parque que fue el escenario cómplice y luminoso de los juegos de Katia y Sol, del mismo parque en el que estas tardes juegan con la nieve Carmela y Javier. Me gusta esta ciudad, la Huesca de Víctor Pardo, de Paco Ponzán, de María Sánchez Arbós... la ciudad desconocida para los estudiantes que llegan cada septiembre con la idea (romántica, incierta y anecdótica) de hacerse maestros...
Pero yo soy de Zaragoza. No lo digo por presumir. No puedo disimularlo permanentemente. Me apasiona la Zaragoza de Pepe Melero, de Ignacio Martínez de Pisón, de Rodolfo Notivol, de Félix Romeo, la Zaragoza de Ismael Grasa, de Mariano Gistaín, de Luis Alegre y Antón Castro, la Zaragoza de Blanca y de Guillermo, la Zaragoza de Jeany, Wladimir, de Mahmadou, de Amín y de Alina...
Mi amigo Javier Burbano -tengo que preguntarle si su familia es de Calanda- me ha enviado unas fotografías buenísimas de Zaragoza cubierta de nieve. Esta noche, cuando vuelva de Barbastro, las colgaré en la web.
El antivirus me envía permanentemente mensajes en los que me advierte que ha neutralizado un virus. Pero no es cierto. El virus no existe. El sistema, este maldito xp de Gates, ha guardado el recuerdo del virus entre los archivos temporales en una carpeta que no se puede borrar. Por eso se confunde el antivirus. Es el recuerdo de los malos tiempos. Pero no se puede vivir mirando permanentemente al pasado. Esto, que parece tan simple, no sé cómo explicárselo al antivirus y no encuentro el modo de borrar los recuerdos del sistema.
Ayer me dijo una antigua alumna que ya tenía veinticuatro años. Confidencia por confidencia le confesé que yo había cumplido cuarenta. "Te conservas muy bien" -me dijo-. Me sentí mayor. En la edad de la conservación.
Ocupados en asuntos tan importantes como los planes estratégicos, los contratos-programa, la calidad, la convergencia europea, los planes de Bolonia, la universidad privada y los intereses que se adivinan en este tema, las últimas declaraciones de los obispos, los 700.000 euros de la boda de Ronaldo... podemos cometer el error de descuidar aquello que en realidad importa. Y pienso, mientras escribo, en la amistad, en el encuentro libre, generoso y gratuito de personas que, a veces, no se parecen en casi nada, que tienen gustos y aficiones distintas, que entienden la vida de un modo parecido o de forma totalmente diferente, pero que han sido capaces de crear un espacio para encontrarse. Pienso en los amigos que se acercan justo en los tiempo difíciles, pienso en esas personas que están cerca cuando quererse parece una tarea imposible. Mi hermano, que es tan raro como todos los hermanos, tiene hace unos meses en su web una frase que resume bien lo que yo quiero escribir tan torpemente:
"Quiéreme cuando menos lo merezca, que será cuando más lo necesite".
Pues eso