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el vuelo de la mariposa

Poder pensar... y soñar

Poder pensar... y soñar

Creo que no hay nada más difícil que pensar, aunque sea un poco.

Volver sobre la realidad, imaginarla para hacerla nuestra, para transformarla. Hoy más que nunca es urgente buscar el silencio necesario para pensar. Necesitamos liberarnos de la necesidad de hacer cosas, de estar produciendo -o consumiendo- permanentemente algo. Aprender a estar sin hacer nada. Encontrarse cómodo mirando el cielo, mirando un árbol o mirando el mar que, después de todo, es una forma de mirar hacia dentro. Es una manera de mirar en nuestro interior.

Y soñar. Y desear.

Llueve

Llueve

Llueve lluvia nueva en los mismos sitios donde llovía. Llueve gratis. Llueve mansamente sobre los recuerdos. Cuando llueve me acuerdo de ellos.

Hace más de veinte años que conozco a esta pareja. Les he visto soportar el frío y el terrible calor de esta ciudad medieval. Siempre he pensado que cuando se comparte un paraguas como ellos lo comparten, se puede compartir una vida entera. Ahí están: ilusionados, descubriéndose aún, con todo por vivir, pese a los treinta años que han pasado desde que M. López le robó al hierro estas caras sin rostro. Ahí están: jóvenes y viejos a un tiempo, con la edad incierta de los enamorados. Pendientes el uno del otro, ajenos al ruido y a miradas como la mía, ajenos a todo mientras llueve ternura sobre su paraguas.

La foto de Sonia

La foto de Sonia

Parece una sirena...

La vida

Ayer me escribió, desde Galicia, mi hermano Luis Iglesias para interesarse por los datos completos de Maestras, ese libro colectivo que recoge textos de Antón Castro, Carlos Castán, Enrique Satué, Cristina Grande, Daniel Gascón, Julio Llamazares o Rosa Regàs, entre otros. El libro lo editó PRAMES con motivo de la celebración del día de la educación en Biescas, el pasado día de San Juan. De aquella fiesta escribí un escribí un reportaje para Qriterio Aragonés, 6, 2 de julio.

También me dice que vive desazonado porque Antón hace una eternidad (casi una semana, me apunta) que no actualiza su blog, y se queja de que yo mismo no cuento casi nada en este diario.

Como casi siempre, Luis tiene razón en todo.

Por lo que a mí respecta, quizá sea la felicidad, que como a Sabina, me impide escribir una nota, o que estoy muy ocupado mirando el cielo, o que me he comprado un teléfono móvil que no sé hacer funcionar y tengo que esperar a después de tolosantos para que Javier Torres me enseñe -un poco, lo poco que soy capaz de aprender- a manejarlo.

El martes, por la mañana, paseé un rato con Rosa Tabernero por Las Pajaricas de Ramón Acín, ese espacio del parque de Huesca en donde el tiempo parecía sostenido por una luz imposible. Después de las clases, estuve en una reunión con César González, Víctor Pardo, María José Calvo, Raúl Mateo y Óscar Lamora. Hablamos de todo, y hablamos de una fiesta republicana y de la memoria que celebraremos en diciembre. Ellos les contarán más cosas cuando llegue el momento.

El miércoles estuve en la presentación del último libro de la Biblioteca Aragonesa de Cultura que dirige Eloy Fernández Clemente. El libro se titula Voces de Aragón de Javier Barreiro, un libro erudito, muy bien escrito y que ofrece datos hasta ahora desconocidos. Barreiro decía en la presentación que había escrito este libro desde el rencor, porque este libro tenía que haberlo hecho otro antes que él, que no puede tolerarse que se pierda el patrimonio, los patrimonios, sin que no pongan remedio las instituciones que deberían hacer algo urgentemente.

Después de la presentación, tomé una caña con Pepe Melero, Rodolfo Notivol, Marisancho Menjón, Antonio Pérez Lasheras, Miguel Pardeza, Ismael Grasa... una gente increíble reunida en el mismo bar. Hablamos de literatura, de fútbol y de los amigos que no habían podido venir como Mariano Gistaín, Javier Torres, Félix Romeo, Antón Castro o Luis Alegre.

Pues eso. La vida.

Paco Paricio y Eva Paricio, titiriteros

Paco Paricio y Eva Paricio, titiriteros

Los titiriteros de Binéfar estrenaron ayer en Huesca Cigüeñas, una apuesta inteligente, poética, innovadora y arriesgada -como cualquier empresa noble-.

Esta mañana, Rosa Tabernero y yo nos hemos encontrado con Pilar Amorós, luego ha venido Eva Paricio y, al poco rato, después de que Rosa Tabernero, Pilar y Eva hubieran analizado la obra: la estética, los valores, la palabras, los gestos, la técnica, etc. ha venido, ay, mi Paco Paricio.

Me resulta emocionante escuchar las reflexiones de estas personas que quiero y admiro sobre su obra, sobre su trabajo, sobre el mundo.

Dicen -yo no pude acudir ayer al estreno- que en Cigüeñas Paco trabaja como la joven promesa de la interpretación que es, y que Eva hace un trabajo magistral, maduro y sereno.

Titiriteros de Binéfar nos ofrece una trayectoria de casi treinta años en los escenarios del mundo, que son el aval que permite a la compañía de Pilar Amorós y Paco Paricio explorar caminos nuevos para la creación, la denuncia y la estética. Son casi treinta años de honestidad sobre los escenarios.

Hemos pasado un rato muy agradable en Julieta, la cafetería-restaurante de la estación de Huesca. En una ocasión ha sonado el móvil: era Matías, el gitano de Cómicos de la legua que está enamorado de Tarata. Llamaba desde Abizanda, su casa, para saber si Paco le concedía unos días libres. Pero no ha podido ser porque hay mucho trabajo en las fiestas, en las escuelas, en las asociaciones de vecinos...

Bisontes

Pasan los días sin dejar apenas otro rastro que la basura que depositamos en los contenedores.

Y buscamos palabras que nos permitan sentir que estamos simplemente vivos.

Quizá un diario sea un especie de cueva de Altamira que demuestra que aún podemos podemos pensar, recordar, soñar, desear e imaginar. Un muro en blanco para representar la realidad. Una ocasión para comprobar que la inteligencia está de nuestro lado y no del lado del bisonte.

Nada que no haya soñado antes

En el paraíso pude escuchar a Pepe Cerdá contar una de las mejores historias que he oído en los últimos tiempos. Jaume Plensa (Barcelona, 1955) ha diseñado Crown Fountain en Millenium Park de Chicago. Pepe Cerdá nos dijo que este monumento era el capricho de uno de esos ricos riquísimos que aparecen en las listas de la revista Forbes. Como este millonario no se fiaba de su gusto estético, invitó a 10 directores de algunos de los principales museos del mundo a que le indicaran el nombre de tres escultores que podían levantar este monumento en el Millenium Park de Chicago. En las lista había tres nombres que se repetían: un alemán, un inglés y un español, Jaume Plensa. El millonario envió un cheque por una suficiente cantidad para que estos escultores diseñaran un proyecto. Unos meses más tarde convocó a todos ellos en Chicago para que le presentaran sus ideas. El alemán llevaba una maqueta impresionante, detalladísima, de su proyecto. El inglés aportó una memoria exhaustiva de materiales, presupuesto, plazos de ejecución, etc. Cuando, como en el chiste, le toco el turno a Plensa, se limitó a devolverle el talón y le dijo: ."Nunca he hecho nada que no hubiera soñado antes. Y esto no lo he soñado". El millonario decidió inmediatamente que sería Jaume Plensa quien diseñaría el monumento. Y esperó. Unos meses después, Jaume llamó a Chicago y le dijo al desprendido mecenas: "parece que ya he soñado algo".

El sueño son dos torres de 16 metros en las que se proyectan fotografías gigantes de mil vecinos. El sueño ha costado 500 millones de dólares. En la realización del sueño de Jaume Plensa han intervenido varios ingenieros de la NASA.

Anoche, mientras repasaba el mapa del laberinto que Antón dibujó para mí en una servilleta de papel, decidí no hacer nada que no sueñe anteriormente.

En el paraíso

En el paraíso

Les contaba que ayer pasaría el día en el paraíso. Estuve en Cantavieja. Me gusta conducir sin prisa. Quizá por eso el viaje fue muy agradable. Además, el paisaje del bajo Aragón, con esos colores ocres y pardos, forma parte de mi territorio interior: Alcañiz, Calanda, Mas de las Matas, Aguaviva, las estrechas carreteras del Maestrazgo... Atravesé el río Guadalope y recordé, sin tener el propósito concreto de recordar, tardes de infancia a las orillas de ese mismo río, risas, meriendas y descubrimientos infantiles.

Antón Castro conoce a todos los abuelos y a todos los niños del Maestrazgo. Pude ver cómo bromeaba con algunos de ellos. Cuando bajó del coche les dijo a unos señores que su copiloto, un escultor y pintor que vive en Puertomingalvo le había invitado a atropellarlos. Uno de los abuelos le contestó que andara con cuidado porque un viejo cuesta mucho tiempo de hacer. Enseguida empezaron a contar historias del maquis, de las fotografías que tomaba Patricio Julve y de los amores imposibles de los seres que pueblan el paraíso.

Conocí al gran Pepe Cerdá, que derrochó inteligencia y sentido del humor durante toda la tarde. Como decía Antón Castro, es difícil encontrar a un pintor de tanto talento que no sea un pagado de sí mismo.

Para volver, Antón me dibujó en la servilleta de un bar un mapa detallado de ese laberinto de silencios que él conoce piedra a piedra. Y yo, que me pierdo cada vez que tengo la mínima oportunidad de hacerlo, encontré la salidad sin ningún problema. Tres horas de carreteras desiertas. Tres horas pensando en ella.

Y sí. En el paraíso pude ver a Eva, desnuda, tomando el sol.

Rumbo al paraíso

Querido Víctor:

La mejor manera de llegar al paraíso, para mí, es ir hacia Alcañiz, tomar el desvío a Calanda a la derecha, cuando has entrado en el pueblo, al lado del restaurante Balfagón, hay una carretera a la izquierda, al lado mismo de una segunda gasolinera diminuta, que lleva a Mas de las Matas. Sigues hasta allí, rodeas el pueblo, y ves tras rebasar una curva de sartén otra carretera a la izquierda en dirección a Aguaviva y Morella. La sigues y no la dejas: cruzas la Balma, Zorita del Maestrazgo, sigues siempre en dirección a Forcall. Hay un momento en que, tras dejar otra gasolinera solitaria, puedes optar entre Morella y Forcall. Vas hacia Forcall, atraviesas el pueblo, sigues, sigues, y de repente te encuentras con un puente, tomas hacia la izquierda, hacia La Mata, Mirambel y Cantavieja. Sigues recto, recto, y poco después de pasar la Mata, te encuentras con otro desvío a la izquierda hacia Mirambel y Cantavieja. Son 17 kilómetros, más o menos. Sigues, sigues, y a las 2 horas y 45 minutos llegas a Cantavieja, el paraíso en lo alto.

Un gran abrazo. Antón.

Homenajes públicos

El debate en torno al monumento proyectado por Elboj para homenajear al alcalde primorriverista y franquista de la ciudad de Huesca es un ejemplo de muchas cosas. Apuntaré ahora algunas:

Un ejemplo de cómo entienden algunos lo público: los espacios públicos, los homenajes públicos y los dineros públicos. El alcalde llegó a la conclusión de que era mejor homenajear a Vicente Campo que a Ramón Acín. Porque debería saberse que el escultor había proyectado un conjunto escultórico para recordar a Ramón Acín. Pero falló el mecenazgo de la CGT. Entonces se encontraron el alcalde y el escultor y decidieron llevar ese proyecto a Huesca. Pero el alcalde convenció al artista de que era más conveniente dedicar el homenaje a su antecesor en la alcaldía, aunque fuera firme partidario de las dictaduras que a Ramón Acín. Nadie dice que haya un acuerdo municipal, que se abriera un concurso público para que artistas, escultores, diseñadores, etc., presentaran en plazo y forma un proyecto -acompañado de su presupuesto-, que hubiera una comisión que valorara y seleccionara los proyectos y que se dieran a conocer a la ciudadanía. En este caso no ha habido nada de cuanto les digo.

Un ejemplo de desmemoria. Hay personas empeñadas en decir que lo que pasó ayer (hace sesenta y ocho años) no tiene hoy ninguna importancia. Que no conviene hablar de todo aquello. Y sin embargo, olvidar a las víctimas es dejarlas morir dos veces, como está escrito en la fosa en la que están enterrados 1.097 milicianos fusilados en una cuneta de Teruel donde una placa reza: Sólo moriremos si nos olvidáis...

Han querido desenterrar a Vicente Campo para dedicarle un tercer homenaje público (ya tiene calle y busto en Huesca). Pero quieren que aparezca descontextualizado, sin pasado, sin ideología, rodeado de una asepsia política y ética imposible de creer. Y la historia no se resume, claro que no, en una historia de buenos y malos. Pero hubo hombres buenos, y hombres malos.

Por último diré que ha habido un grupo de ciudadanos, de hombres y de mujeres, que no se han conformado con el silencio, con mirar para otro lado y, simplemente, han dado su opinión. Públicamente. Por escrito. Y lo han hecho en la humilde sección de cartas al director de un periódico de la ciudad. No ha habido ni grupo político, ni medio de comunicación que haya apoyado esta campaña. No les ha guiado más interés que el de vivir en una ciudad un poco más justa. Y han hablado y han escrito cuando lo más fácil, ya lo saben todos ustedes, es el silencio.

La tristeza del escultor

El escultor está triste. Antes ha estado mudito. Dice de sí mismo que es inteligente y que por la noche oye perros que no le dejan soñar, que hay gente que chilla y vocifera... Qué lamentable...

El pobrecico no ha entendido nada.

El escultor cree no hay nada por encima de sus esculturas. Quería hacer una escultura a cualquier precio: primero a Ramón Acín, luego a Vicente Campo, luego a la concordia... qué más da... Pero hay cosas más importantes que su cuenta corriente, que la vanidad, que su tristeza y que la mía. Dice que se va rumbo a otros parajes. Y él que es tan inteligente, sensible y defensor de la libertad se va insultando. Buen viaje.

Maestros

Cada año por estas fechas, los maestros reinventan con sus alumnos el mundo, y empiezan a construir el frágil espacio simbólico que les servirá como lugar de encuentro. No se trata de continuar el trabajo interrumpido por las vacaciones de verano, sino de inventarlo todo de nuevo. Es una tarea compleja e incierta que comienza por compartir palabras, conceptos, sentimientos, complicidades y miradas. Como escribió Philip W. Jackson, en La vida en las aulas, en educación todo es más parecido al vuelo de la mariposa –frágil, imprevisible e incierto-, que a la trayectoria de una bala que –lamentablemente- se puede calcular con precisión y dirigir a un lugar predeterminado. En educación, lo que funciona hoy es casi seguro que no servirá de nada mañana, lo que ayuda a Carmela no vale para Daniel y, desde luego, no es lo que necesita Javier. Y sólo una maestra –con mirada de maestra- es capaz de intuir lo que precisa cada uno de sus alumnos y de sobrevivir en ese caos comunicativo que es el aula, al tiempo que toma, cada hora, centenares de decisiones.

Pasado el tiempo, hay personas que resumen sus años de escolaridad en una actividad que les cautivó, en los juegos, en los primeros amigos o en algunas celebraciones. Pero lo más frecuente es que recordemos a un maestro, que recordemos sus palabras, la pasión que nos transmitió por un libro, por el saber. Lo común es recordar a aquellos maestros que fueron importantes en la vida de sus alumnos porque un día les hicieron sentir queridos, comprendidos o protegidos.

Todavía merece la pena dedicarse a un oficio tan difícil porque, a veces, aunque sea de cuando en cuando, pasan cosas tan hermosas que cuesta trabajo creerlas. Por ejemplo, el filósofo Emilio Lledó en una autobiografía intelectual publicada en la revista Antrophos, confiesa que, en Vicálvaro, durante la II República, el mayor atractivo de su escuela, una escuela con estanque, jardín y un hermoso patio de recreo era, precisamente, don Francisco, el joven maestro que todos los días invitaba a aquellos niños, que tenían entre ocho y doce años, a escribir unas sugerencias de la lectura, un comentario personal de un fragmento del Quijote, de la prensa diaria o de un libro histórico. Lledó dice haber tenido buenos maestros, sobre todo en Alemania, pero ninguno de ellos despertó en él el firme deseo de saber, ni supo hacer del aprendizaje y del conocimiento una apasionante aventura como don Francisco, a quien coloca junto a Julián Marías, Hans G. Gadamer, Otto Regenbogen o Karl Löwith. Otro caso que demuestra la importancia que pueden llegar a tener los maestros lo encontramos en Santiago Hernández Ruiz, maestro en Paniza entre 1925 y 1930, referente de una generación de hombres, conocidos como “los de don Santiago”, que dicen, emocionados, deberle todo cuanto han sido a este maestro. Necesitamos, hoy más que nunca, maestros como el de La lengua de las mariposas, el estremecedor cuento de Manuel Rivas porque don Gregorio sabía transmitir el sentido de cuanto ocurría en la vida de unos niños de aldea que se asomaban, desde las ventanas del aula, al mundo. Necesitamos maestras contentas de serlo, como decía María Sánchez Arbós, la educadora oscense que quiso ser, antes que profesora de la Universidad o de la Escuela de Magisterio, maestra.

Hay miles de maestros en Aragón que trabajan un día detrás de otro, silenciosa y honestamente. Maestros que, a veces, caen en el desánimo y pierden la esperanza, pero vencerán porque como escribe José Antonio Labordeta recordando a su padre en Los amigos contados, “la historia vence y venceremos. Porque dejar las manos y los ojos en los rostros hermosos de los niños, no se pierde en el aire, en el olvido. Crecen igual que el viento, que la vida...”.

El camión de Javier Torres

El camión de Javier Torres

He llevado a los chicos a la escuela y he pensado que era mejor volver a casa para revisar algunos papeles antes de una apasionante reunión que tengo dentro de un rato. Y tenía en el correo unas fotografías de Javier Torres, ese hombre bueno que recorre Zaragoza cargado de palabras y de sueños. Esta noche, quizá como fin de fiesta, quizá para celebrar que se acaban las vacaciones, alguien ha incendiado un contenedor. Las llamas han alcanzado el camión de Javier Torres. Cuánta estupidez y cuánta impotencia. Javier tendrá que comprar otro camión... Javier lleva toda la mañana consolando a los amigos que le llamamos para saber cómo está. Qué difícil es todo...

Mirar

Mirar

Casi siempre todo se reduce a saber mirar. Ayer estuve un rato con Paco Boisset -poeta, viajero, coleccionista y maestro impresor, al menos- y me decía que a José Luis Cano le pasan cosas todo el rato, aunque el propio Cano lo desmienta. Pero es que Cano sale a la calle muy temprano. Y mira. Sabe mirar.

Esta fotografía -sin conservantes, ni colorantes- acabo de quitársela al amanecer. Eran las 7:27 h.

El sueño de cada verano...

Hoy empieza la escuela. Además de la tristeza social que últimamente me acompaña, estoy triste sin venir a cuento. No es la misma tristeza, ni los mismos abismos que crecen dentro de mí, por estas fechas, durante los últimos treinta y siete o treinta y ocho años. Es un problema de adicción. Hemos pasado tantas horas juntos...

O será que se me escapa la vida entre septiembre y septiembre, o que soy vulnerable en las personas que quiero. Y quiero querer, claro. Aunque a veces me ponga triste sin venir a cuento.

Ya pasará, supongo.

Como una madre más

Como una madre más, voy casi todas las tardes a recoger a mis hijos a la escuela. Me gusta ver cómo los niños, al traspasar la puerta de la escuela sonríen, gritan, se emocionan al ver a sus abuelos, besan a sus hermanos pequeños, corren, tiran las carteras al suelo porque saben que han recuperado otra vez la vida -y la libertad- que para muchos se queda en suspenso en cuanto se adentran en el territorio escolar, un lugar en el que se está permanentemente vigilado.

Si alguna vez Blanca o Guillermo salen tarde, me preocupo enseguida: ¿se habrán accidentado? ¿estarán bien? ¿qué harán sin mí, cuando deberían estar conmigo? Y miro una y otra vez la puerta por la que han de aparecer, sin atender a otras madres y a otros niños que, a veces, me saludan y que se van ya camino de casa. Y cuando, por fin, Guillermo o Blanca salen y me explican que la maestra les ha castigado por hablar, o que habían perdido la bata, o que no encontraban la cartera, o que han acompañado a un amigo a buscar un pelota perdida, o que era el cumpleaños de un compañero que estaba repartiendo chucherías, me digo: "Todo está bien. Un día más".

Quizá porque casi todas las tardes voy, como una madre más, a recoger a mis hijos a la escuela, imagino el dolor de las madres que esperaban que sus hijos salieran de la escuela número uno de Beslán. Y siento en mi propio corazón la locura del terror al ver correr niños desnudos, ensangrentados, y la angustia de buscar en cada uno de esos rostros el rostro demacrado de sus hijos.

Nada (más) que querer (más)

Un día descubrió que no quería nada, que no esperaba nada y que estaba justo donde quería estar. Enseguida se dió cuenta de que aquello era realmente peligroso porque era libre para hacer algunas cosas y para no hacer otras. Sin más. Y en eso está. Pasa los días mirando el cielo -y la vida- sin ningún propósito concreto, releyendo las obras completas de Antón Castro, componiendo -hasta donde sabe- los recortables de Mariano Gistaín, haciendo tiempo para que se haga la hora de tomar café con Pepe Melero, conversando con Víctor Pardo sobre lo que pudo ser y algunos no dejaron que fuera, coleccionado los reportajes de Marisancho Menjón en Qriterio Aragonés o ensayando recetas imposibles en la pequeña cocina de su diminuta casa.

Dicen que cultiva su gusto por lo inútil y el arte de perder el tiempo -para, quizá, ganarlo-, que está empeñado en descubrir la razón que se esconde en cada gesto, que intenta atrapar los instantes que le regalan sus seis hijos, que ha comprado un teléfono multimedia solo para pasar con Javier Torres algunas suaves tardes de invierno en la Insula Barataria.

Un día descubrió que para él la esencia de la vida es el secreto que ella guarda en el cálido laberinto de sus pecas.

Y sonríe sin venir a cuento porque no quiere nada, ni espera nada, y está justo donde quiere estar.

Tarzán

Tarzán

Tarzán, Jane...

...Jane, Tarzán

Tarzán...

Jane...

Los brazos de la Venus de Milo

Los brazos de la Venus de Milo

Hace un tiempo, antes de encontrarme en este estado, yo, a veces, trabajaba.

Y tenía además suerte. Por eso recuperé un semanario pedagógico que se editaba en Zaragoza y del que no teníamos muchas referencias (de su tercera época). Localicé a Enrique González, el último propietario de la librería La Educación y resultó que tenía en su casa la colección completa de la revista La Educación (1915-1936). Ahora esta publicación está a disposición de todos en la Biblioteca General Universitaria. Después leí la entrevista que a principios de los ochenta le hacía Jesús Jiménez en Andalán al pedagogo aragonés Santiago Hernández Ruiz. En aquella entrevista Hernández Ruiz le comentaba a mi amigo Jesús que tenía sus memorias prácticamente concluídas. No paré hasta que el hijo de Santiago Hernández me envió las memorias de su padre -Una vida española del siglo XX. Memorias(1901-1988)-, que finalmente editó el ICE. Unos años más tarde leí Mi diario, el hermoso testimonio de María Sánchez Arbós y pensé que deberíamos localizar a los hijos de esta maestra para reeditar este libro del que sólo se había hecho cien ejemplares en México en 1961. Después de casi tres años de gestiones, Herminio Lafoz consiguió que la Consejería de Educación del Gobierno de Aragón patrocinara una generosa edición del diario de María Sánchez Arbós.

Todos estos trabajos, y otros empeños que duermen el sueño de los proyectos muertos, los he comentado con Eloy Fernández Clemente. Cada vez que le llamaba para decirle que había encontrado tales o cuales cosas, él siempre me decía que, un día, alguien encontrará los brazos de la Venus de Milo.

Pues bien, escribo todo esto para decir que alguien algún día encontrará las obras de Ramón Acín que hoy todavía están perdidas, secuestras, olvidadas o sepultadas por el olvido. Creo, de verdad, que será así. Y no sólo lo creo. Como diría Pepe Melero, quiero que así sea.

Indiana Jones

Indiana Jones

Quizá por su doble vida tan aparentemente contradictoria o por su manera de transitar la estrecha línea que separa el éxito del fracaso, él fue, posiblemente, mi último héroe de ficción. Pero sobre todo me entregaba a sus historias por la pasión que ponía en cuanto hacía. Daba igual que el doctor Jones se encontrara en clase, ante un grupo de alumnos, o en un recóndito lugar del mundo persiguiendo una quimera, una pieza arqueológica de la que apenas se tenía más noticia que las que se relataba en leyendas, en historias transmitidas por tradición oral o en cuadernos de campo de otros investigadores tan locos como el propio Indiana Jones.

Cuando veía una película de Indiana Jones experimentaba, en parte, aquella emoción perdida de los días de mi infancia cuando en la sesión infantil devorábamos las historias de Tarzán, El Zorro, Maciste, Los tres mosqueteros o cualquiera de aquellas películas de espadachines o de romanos que eran, durante toda la semana, el argumento central de nuestros juegos. Acudíamos a cines como el Roxi que canta Serrat, con bancos de madera oliendo a zotal, o como el Fuenclara de las tardes de José Antonio Labordeta en la Zaragoza de Los cuentos de san Cayetano. Nos metíamos tan dentro de la historia que aplaudíamos al protagonista, insultábamos al malo, animábamos al caballo del heroe que tenía que llegar a tiempo para salvar a la chica.

En el caso de Indiana, me atraía la entrega auténtica de este arqueólogo -hasta poner en riesgo su propia vida- a causas que consideraba justas. Le pasaban tantas cosas en una película, que salíamos de la historia agotados por la intensidad de la acción, magullados -como él-, enamorados y purificados.