En el paraíso

Antón Castro conoce a todos los abuelos y a todos los niños del Maestrazgo. Pude ver cómo bromeaba con algunos de ellos. Cuando bajó del coche les dijo a unos señores que su copiloto, un escultor y pintor que vive en Puertomingalvo le había invitado a atropellarlos. Uno de los abuelos le contestó que andara con cuidado porque un viejo cuesta mucho tiempo de hacer. Enseguida empezaron a contar historias del maquis, de las fotografías que tomaba Patricio Julve y de los amores imposibles de los seres que pueblan el paraíso.
Conocí al gran Pepe Cerdá, que derrochó inteligencia y sentido del humor durante toda la tarde. Como decía Antón Castro, es difícil encontrar a un pintor de tanto talento que no sea un pagado de sí mismo.
Para volver, Antón me dibujó en la servilleta de un bar un mapa detallado de ese laberinto de silencios que él conoce piedra a piedra. Y yo, que me pierdo cada vez que tengo la mínima oportunidad de hacerlo, encontré la salidad sin ningún problema. Tres horas de carreteras desiertas. Tres horas pensando en ella.
Y sí. En el paraíso pude ver a Eva, desnuda, tomando el sol.
4 comentarios
Anónimo -
Anónimo -
víctor -
Y ví a Sonia. Esta vez conducía un todoterreno.
Moraleja: que hay que estar atento a todo, o salir a pasear al perro en el momento preciso, o amar los libros aragoneses, raros y curiosos. Y lo del volvo hubiera sido ayer definitivo.
Anónimo -