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el vuelo de la mariposa

Setenta y cinco años de una escuela viva

Un edificio es un espacio físico, una forma de dar sentido a la luz y al aire.

Un edificio escolar está pensado para aprender, pero también para convivir, para colaborar y prestar ayuda, para crecer y para compartir. Un edificio escolar es un espacio para el nosotros, para el descubrimiento de la identidad compartida, para aprender a discrepar, para aprender a aceptar y a respetar las diferencias.

Un edificio escolar proyecta y traduce la concepción que se tiene de la educación, crea posibilidades, permite un tipo de comunicación u otra. Un edificio escolar es un lugar de encuentro o de separación, y nos habla de las personas que en él trabajan y que se educan en sus aulas.

Una escuela es, fundamentalmente, un grupo de personas que aprenden, que se comunican, que, a veces, padecen, que construyen su identidad, que dialogan o se aíslan. Una escuela es un lugar de legitimación de determinadas ideas. Una escuela es un lugar proyectado irremediablemente hacia el futuro, un lugar para contrastar ideas y pareceres. Una escuela es una institución condicionada por algunas rutinas, con unas pautas de comunicación mediadas y mediatizadas por el peso de la misma institución. Una escuela es un lugar simbólico, revestido de un especial significado por las personas que en ella conviven: las batas, las sirenas, el horario, las filas, las marchas, las banderas… En definitiva, símbolos creados, o impuestos, que condicionan la vida de las personas que forman parte de las instituciones. Una escuela es un lugar para descubrir el mundo o, al menos, parte de él: la amistad, el compañerismo, el sentimiento de pertenencia, el respeto, la propia valía, el valor de la palabra, la rebeldía, la obediencia y la desobediencia, las primeras lecturas, las reglas que nos permiten convivir…

La escuela como reflejo de una época

Las escuelas son las instituciones que mejor y más fielmente traducen los valores de una sociedad porque pretenden, esencialmente, socializar a los niños en unos determinados valores, en una determinada manera de entender el mundo.

Por su carácter universal y obligatorio, la escuela es una institución total que reúne en su seno durante un tiempo prolongado a toda la población infantil. De ahí, precisamente, su potencial socializador y, por lo tanto, el interés de grupos ideológicos y políticos por controlar lo que se hace en la escuela.

El Grupo Escolar Joaquín Costa

Escribir sobre el Grupo Escolar Joaquín Costa de Zaragoza es escribir sobre un edificio, sobre el proyecto de un arquitecto, y la generosidad de una ciudad que quería levantar un monumento en memoria de Joaquín Costa. Pero lo más importante de estos setenta y cinco años de historia es la escuela viva. Los miles de niños y niñas que crecieron, pensaron, disfrutaron, aprendieron, lloraron, jugaron y rieron en esta escuela. Y las maestras y maestros que durante estas décadas los vieron crecer, pensar, disfrutar, aprender, llorar, jugar y reír. Ésa es la otra escuela, la escuela íntima, la escuela que apenas puede ser contada, la escuela de los encuentros, la escuela sólo imaginada, la escuela de las palabras, de las miradas y de las complicidades, la escuela del respeto y de la admiración, la escuela tolerante, la escuela también, a veces, de la incomprensión, la escuela recordada, la escuela soñada, la escuela perdida, la escuela que pudo ser, la escuela instrumentalizada, la escuela sometida, la escuela pública y cívica.

Cuando el arquitecto Miguel Ángel Navarro anunció las líneas básicas de su proyecto, la ciudadanía supo que sería un gran grupo escolar, una escuela moderna, un monumento vivo. Aunque también hubo zaragozanos incrédulos que paseaban por el Campo del Sepulcro y que dudaban que aquella escuela llegara a terminarse. Por eso, el día de la inauguración se congregó un gentío inesperado en las puertas de la escuela. Decían que aquella escuela tenía piscina y duchas, decían que los obreros del Centro Aragonés de Barcelona habían elaborado, robándole horas al sueño, unos muebles para sumarse al homenaje que la ciudad tributaba a Costa. Además, decían que había laboratorios, biblioteca, un salón de actos como el de un teatro. Los periódicos publicaban que no se había escatimado el espacio dedicado a patio de recreo, que había jardines, un amplio comedor, árboles y mucho material pedagógico… Y costaba creer que fuera cierto todo lo que se decía.

Los primeros niños llegaron a la escuela un poco asustados y cohibidos. Allí había dependencias y materiales con los que no habían soñado, instalaciones impensables en otras escuelas de la ciudad, como las vitrinas con material de proyección, las columnas de hall que daban al edificio un aspecto monumental, los enormes ventanales, las puertas de hierro o los altísimos techos. El director de la escuela, Pedro Arnal Cavero, los tranquilizó: “Niños, este edificio hermoso y grande es vuestra escuela y es vuestra casa. El municipio zaragozano lo ha construido con arte y lo ha amueblado con lujo para que paséis en él las mejores horas de vuestros años felices, los días más dichosos de vuestra vida”. Aquella treintena de maestros y el millar y medio de niños, iniciaban juntos la aventura compartida de poner en marcha un gran grupo escolar.

Los ilusionantes años de la Segunda República coincidieron con los primeros cursos de funcionamiento de la escuela. Pedro Arnal Cavero quería una escuela abierta durante todo el año para que pudiera utilizarse la piscina, los patios de recreo, la biblioteca. Soñaba con una escuela que preparase para la vida. Por eso se organizaron las clases de iniciación profesional: la imprenta, el taller de carpintería, las clases puericultura y de mecanografía. El Costa era una escuela que quería cumplir una amplia labor social sirviéndose del comedor y del ropero escolar, pero sin ser una obra de caridad, evitando el indigno espectáculo de las filas de niños que eran agraciados con algo de ropa, o con una beca en el comedor escolar.

El salón de actos fue el escenario de encuentros de maestros y de diversos actos culturales. También eran frecuentes las visitas a la escuela de maestros venidos de todo el Distrito Universitario. Sobraba entusiasmo, pero surgieron muchas dificultades: los frecuentes cambios en el profesorado, los problemas para nombrar al director, etc.

Durante la guerra, este espacio público fue utilizado con otros fines: las dependencias del Grupo Escolar sirvieron de hospital de guerra.

Finalizada la guerra civil, cuando los niños pudieron volver a su escuela porque la escuela fue otra vez escuela y no hospital, la escuela ya no era la escuela. Se acabaron las comisiones, los proyectos, las salidas y el trabajo compartido de niños y niñas. La escuela fue un aparato al servicio del Estado, un lugar de imposición y de sometimiento. Era el tiempo de la sumisión por la sumisión. A veces, la rígida disciplina se manifestaba en los castigos, en las consignas, en las celebraciones sin alegría, en el control sobre el trabajo de los maestros, en las banderas, en la autoridad impuesta, en el pensamiento uniforme o ausencia de él. La escuela de la dura posguerra se caracterizó, entre otras cosas, por las glorias imperiales, la increíble historia que fabricaron los vencedores, los himnos, las canciones, las lecturas depuradas, las ausencias, las palabras secuestradas, la vuelta a la Edad Media de la pedagogía, la educación al servicio del integrismo nacionalista y del integrismo religioso, la radical separación de niños y niñas. Pero, a pesar de todo, también había maestros y maestras que, en la intimidad del aula, fueron ejemplo de libertad y de tolerancia.

Frente a la rotunda invitación que Arnal Cavero hizo a los primeros alumnos del Grupo Escolar: “Niños, esta es vuestra escuela y vuestra casa”, la dictadura fue un tiempo de enajenación y de expolio. Junto a la memoria se expropió la conciencia de las cosas, el sentimiento de pertenencia, de solidaridad, el sentido de comunidad.

Tras la muerte del general Franco, con la recuperación de las libertades, la escuela se llenó de niños nuevos con caras nuevas. Las escuelas fueron sacudidas por algunos acontecimientos que terminaron transformado sus objetivos y su funcionamiento: nuevos contenidos, la democracia y la democratización del sistema educativo, las autonomías, los partidos políticos, niños que han venido de lejos, que aprenden a convivir en la escuela, Aragón asumió las competencias en educación, las especialidades del profesorado -en Inglés, en Música, en Educación Física, en Pedagogía Terapéutica, en Educación Infantil- la coeducación, la participación de los padres en la escuela, la colaboración con las familias, las nuevas tecnologías, los retos de la sociedad de la información, la integración de los alumnos con necesidades educativas especiales, el respeto por la diferencia, la igualdad de oportunidades, los maestros de apoyo, la gestión democrática de la escuela –los consejos escolares-.

Todas estas transformaciones demuestran que una escuela es una institución dinámica que cambia al ritmo de la sociedad (unas veces por delante, otras arrastrando un evidente retraso).

El Costa mañana y hoy

El Colegio Público de Educación Infantil y Primaria Joaquín Costa de Zaragoza es una escuela preparada para afrontar nuevos retos, una escuela que quiere ser mañana lo que fue para miles de niños: un tiempo inolvidable, un tiempo iniciatico, el tiempo de los descubrimientos personales, los amigos, las aficiones, las primeras rebeldías, la colaboración, el encuentro con los otros.

Hoy el Costa es la escuela viva, es decir, el grupo de niños que juegan y sueñan donde otros soñaron hace setenta y cinco años. Y la escuela también son los afanes cotidianos de maestras que allí trabajan, que se preocupan por sus alumnos, que reflexionan sobre su trabajo, que acompañan a los niños por el camino del aprendizaje y del descubrimiento. Esta escuela viva es la prueba de que a pesar de los cambios, las innovaciones, los materiales nuevos o los nuevos contenidos, la escuela es un grupo de personas que aprenden, que se comunican, que, a veces, padecen, que construyen su identidad, que dialogan o se aíslan. Por eso, todo es cada día nuevo y, al mismo tiempo, todo es viejo en este hermoso edificio: los pasillos, las escaleras, las mismas puertas miles de veces traspasadas, y, sobre todo, las palabras… ¡cuántas palabras han revoloteado en el interior de estos muros!

Este aniversario es un buen momento para recuperar la ilusión por la escuela que encierra, en realidad, la creencia en la posibilidad de transformar la sociedad, la confianza en que aún es posible hacernos mejores, la promesa de un mañana un poco más justo.

3 comentarios

De Anton -

Vitorinho de Garrapinillos: Que seas muy feliz. Un hombre como tú, pura pasión y entusiasmo, no puede enflaquecer ni en los días de luvia. Que todo te vaya muy bien; si te a ti salen las cosas como mereces, y por las que te esfuerzas sin desmayo, nos irá todo mucho mejor a todos. Cúidate, y no maldigas ni por un instante el bello paraíso -el tuyo, y el de tantos amigos que te admiran- que te acoge y te alimenta. Salud, pasión, alegría y libertad. Un gran abrazo. Antón

Daniel -

Hola víctor: Hoy quiero hablarte de la escuela, para mi la escuela por un tiempo fue una rutina que cuando terminaba el jornal siempre estaba insultando al que se le paso `por la cabeza en el que invento un centro de enseñanza que ahora le doy un gran valor importante, ay algunas personas que no saben valorara estos centros, que además es un bien para ti, lo de que hay algunas personas que no lo saben valorar te lo digo porque algunos compañeros me lo declaran, cuando algún compañero me hablan de este tema yo no me callo e intento ayudar a que el intente aprovechar ese tiempo que dedica cada día a la escuela, yo se que me puedo esforzar en este tema porque si no lo aprovecho habrá sido mal para mi, como muchas veces dice Mariano, si no aprovechas este tiempo de mayor pediremos a nuestros hijos que ellos se esfuercen y estarás lamentándote porque estarás trabajando de paleta y querrás que tus hijos lo aprovechen cuando tu de pequeño lo desaprovechaste, yo si me pasara esto intentaría que mis hijos no pisan el mismo camino que yo pise, y eso es una gran razón para mi de que la escuela es por nuestro bien. Adiós víctor

Mariano -

Acabo de leer tu texto y es muy bonito. Imagino que la comunidad escolar del Joaquín Costa estará orgullosa de que uno de los padres que llevan allí a sus hijos escriba lo que has escrito tú sobre el colegio.